martes, 23 de noviembre de 2010

Santa Ana y san Joaquin

Según la tradición, en Nazaret vivían Joaquín y Ana, una pareja rica y piadosa pero que no tenía hijos. Cuando en una fiesta Joaquín se presentó para ofrecer sacrificio en el Templo, fue rechazado por un tal Rubén, bajo el pretexto de que hombres sin descendencia no eran dignos de ser admitidos. Joaquín, cargado de pena, no volvió a su casa sino que se fue a las montañas a presentarse ante Dios en soledad. También Ana, habiendo conocido la razón de la prolongada ausencia de su esposo, clamó al Señor pidiéndole que retirase de ella la maldición de la esterilidad y prometiéndole dedicar su descendencia a Su servicio.
Un ángel visita a Santa Ana: Sus oraciones fueron escuchadas; un ángel visitó a Ana y le dijo: "Ana, el Señor ha mirado tus lágrimas; concebirás y darás a luz y el fruto de tu vientre será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, quién volvió a donde su esposa. Ana dio a luz una hija a quien llamó Miriam (María).
Nacimiento de la Santísima Virgen María: Según una tradición antigua, los padres de la Santísima Virgen, siendo Galileos, se mudaron a Jerusalén. Allí, según la misma tradición, nació y se crió la Virgen Santísima. Allí también murieron estos venerables santos. Una iglesia, conocida en diferentes épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María en Probatica, Santa Probatica y Santa Ana, fue construida en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena (madre del emperador Constantino), sobre el lugar de la casa de San Joaquín y Ana. Sus tumbas fueron honradas hasta el final del siglo IX, cuando los invasores musulmanes la convirtieron en una escuela. La cripta, que originalmente contenía las santas tumbas, fue descubierta el 18 de marzo de 1889.
Es una madre formadora: Santa Ana, después de regalar a la Niña su ternura materna, que la hacen solícita con la alimentación, la educación y la vida espiritual de su pequeña, a los tres años se desprende de ella y junto con su esposo Joaquín, la presentan al templo para consagrarla al servicio de Dios, hasta el tiempo que sea prometida en matrimonio a San José.
Se transforma en abuela de Jesús: Al ser escogida la Virgen para ser la Madre del Salvador, Santa Ana y San Joaquín se convierten en abuelos de Jesús y desde el momento en que El en la cruz nos entrega a María como Madre, se tornan también abuelitos de la humanidad.
Veneración a Santa Ana: Es así que su descendencia se prolonga en cada hombre y mujer que busca y lucha para seguir las enseñanzas de los Padres de la fe, porque la bendición divina sobre ellos, reposa también sobre nosotros. En la Iglesia del Oriente ya se veneraba a Santa Ana en el siglo IV. La mejor prueba de ello es que el emperador Justino I (+565) le dedicó una iglesia. La devoción a Santa Ana se encuentra en los más antiguos documentos litúrgicos de la Iglesia griega. En el Occidente no se venera a Santa Ana, excepto quizás en el sur de Francia, hasta el siglo XIII. Su imagen, pintada en el siglo VIII en estilo Bizantino, fue más tarde encontrada en la iglesia de Santa María Antigua en Roma. Su fiesta, bajo la influencia de la "Leyenda Dorada", aparece en el siglo XIII donde se celebraba el 26 Julio.
En 1382, Urbano VI publicó el primer decreto pontificio referente a Santa Ana, concediendo la celebración de la fiesta de la santa a los obispos de Inglaterra exclusivamente, tal como se lo habían pedido algunos ingleses. La fiesta fue extendida a toda la Iglesia de Occidente en 1584.
Hoy en día, la Iglesia celebra su fiesta, junto con su esposo Joaquín, el 26 de julio y la invoca como particular intercesora de: Parejas sin hijos, Madres que van a dar a luz, Padres con hijos elegidos por el Señor como sacerdotes, religiosas, laicos consagrados, Familias que buscan crecer en unidad, como personas maduras en el amor.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Oración a San Joaquín y Santa Ana


Insigne y glorioso patriarca San Joaquín y bondadosísima Santa Ana, ¡cuánto es mi gozo al considerar que fueron escogidos entre todos los santos de Dios para dar cumplimiento divino y enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María Santísima! Por tan singular privilegio, han llegado a tener la mayor influencia sobre ambos, Madre e Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos.
Con gran confianza recurro a su protección poderosa y les encomiendo todas mis necesidades espirituales y materiales y las de mi familia. Especialmente la gracia particular que confío a su solicitud y vivamente deseo obtener por su intercesión.
Como ustedes fueron ejemplo perfecto de vida interior, obténgame el don de la más sincera oración. Que yo nunca ponga mi corazón en los bienes pasajeros de esta vida.
Denme vivo y constante amor a Jesús y a María. Obténganme también una devoción sincera y obediencia a la Santa Iglesia y al Papa que la gobierna para que yo viva y muera con fe, esperanza y perfecta caridad.
Que yo siempre invoque los santos Nombres de Jesús y de María, y así me salve.

viernes, 29 de octubre de 2010

Una Carta de Madre Rosa

A  SOR  A.  ADELAIDE  ÈZZONI

Plasencia, 26 de julio de 1872

A.M.F. (Ana, María y Francisco)
La bendición del Eterno Padre sea con nosotros.
Sea bendita nuestra Madre Santa Ana, Madre de la Inmaculada

Heme aquí toda para ti, hoy, día de la Santa Madre; la hora del silencio la dedico toda a mi hija. Sola en esta “cameretta” quiero realmente poner sobre este papel algunas cositas que me dicta mi silencio perfecto.
Escucha querida hija mía que dice el corazón de Dios, nuestro todo: “Quien de mi se alimentará, tendrá segura la vida eterna”2 ¿Entonces? ¡Ah! ¡Si pudiésemos alimentarnos todos los momentos, todos los minutos segundos, que felicidad no sería para nosotros no tener que alimentarnos sino de este Santísimo Pan! Si no podemos tenerlo corporalmente, procuremos recibirlo espiritualmente. Hagámonos vivo propósito en la mañana, diciendo al querido Jesús: yo quiero hoy recibirte siempre y mi pensamiento lo tendré siempre ocupado a hacer comuniones espirituales. Poco a poco sucede que nos acostumbramos. Aún hablando invoquemos el dulce nombre de nuestro dilecto Jesús; con un acto de amor le decimos: “¡Ven, oh Esposo mío, ven, este corazón te quiere, ya no puede estar sin Ti, Ven!”
¡Hija, al pensar que en la mañana cuando se nos da es un hermoso y pequeño parvulito, con aquellos sus miembros delicados! ¡Él va a sentarse, a recostarse en nuestro corazón; y nosotros de qué manera debemos tenerlo para no hacerle daño; mirar que no tenga que sufrir mucho! Había una criatura que cuando lo tenía, lo sentía y así, convencida que era su Bien que en aquel cuartito caminaba,  todo el día vivía atenta de no golpearlo y hacerle mal. Respetuosamente tenía cuidado  de aquella parte y reverentemente la miraba y gozando con el pequeño parvulillo una palabra amorosa le brotaba: “Querido Bien mío, gozo mío”, que beatitud vivía; renovaba espiritualmente la santa comunión y luego, llena de vivísimos deseos de amarlo, de servirlo, de padecer por él y por él sólo dar la vida. Entonces… ¿te gustaría?  Procura hacer cuánto estas líneas te enseñan y llegarás también tú a tener cuanto aquí está escrito.
La observancia del horario en la comunidad, las Reglas, la meditación y el silencio. Cree, querida mía, son esos puntos  sobre los cuales está apoyada toda la fábrica del buen orden. Observados éstos con exactitud, puedes estar segura que todos los otros son observados.
Haz sentir en las conferencias el valor de la obediencia, que no podemos tener ningún bien si ésta nos falta, porque quien no obedece es señal que quiere hacer su voluntad, no la de Dios, único nuestro tesoro. La Religiosa que hace su voluntad es una sombra que pasea en el claustro sin pertenecer a él. […]
Quédate tranquila y animada que esta tu madre está siempre contigo y todas las mañanas dice en particular al Señor, que te haga santa y te dé el verdadero espíritu de las Santas Reglas. Valor, fuerte, que un día, si bien habremos combatido, llevaremos la gran decoración de honor sobre el pecho y juntas estaremos por una eternidad. Grande palabra es ésta, que peso un mundo entero. […]

                                                                       Afma. Madre Rosa

sábado, 11 de septiembre de 2010

CUMPLEAÑOS DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA

La Iglesia celebra ordinariamente el aniversario del paso al Cielo de los hombres. La fiesta que hoy celebramos es una de las pocas en las que quiere reconocer de modo público y solemne la llegada a la tierra de uno de sus hijos. La que iba a ser la Madre de Dios viene al mundo, con lo que se aproxima ya la plenitud de los tiempos, en palabras de san Pablo. El momento central de la historia, marcado por la llegada de Dios hecho hombre a la misma historia, es ya inminente, por cuanto la que sería su Madre ha nacido. Es de justicia, pues, alegrarse. Debemos celebrar una fiesta que ponga de manifiesto la alegría de los hombres, que reconocemos el gran don recibido.
Se trata, ante todo, del amor insondable de Dios por su criatura humana. No nos abandona a pesar de nuestros pecados, tan inmenso es su amor. Un amor, ciertamente divino, pero con manifestaciones de Hombre, de Mujer; así es un amor-cariño, un amor que podemos entender, aunque lo reconozcamos en manifestaciones sublimes, que se nos muestran como inalcanzables. Jesús y María nos han querido a los hombres y nos quieren a cada uno como nadie más puede hacerlo. Y es un cariño real, efectivo, cuyas gratas manifestaciones podemos llegar a notar todos, y las notaríamos más, desde luego, si tratáramos de ser todavía más consecuentes con nuestra fe.
Es un día, hoy, para ensalzar como nunca a nuestra Madre del Cielo. Con su Nacimiento –también, antes, con su Concepción Inmaculada– se concreta, por así decir, su realidad como la más dichosa de las criaturas, y su existencia en favor de la humanidad. ¡Ha nacido la Llena de Gracia! ¡Está entre nosotros la Bendita entre las mujeres!, recordamos hoy. Y nos alegramos, como lo hacemos en un cumpleaños, por haber conocido y por contar con la amistad o con la proximidad familiar y el afecto de quien celebra sus años. Porque María es Madre de todos los hombres, sin excepción; aunque, si nos reconocemos discípulos de su Hijo, somos capaces de valorar más todavía su maternidad.
Es difícil imaginarse la vida cristiana, camino de los hijos hacia la casa del Padre, sin una Madre que –sencillamente– nos quiera. Si los cristianos somos los hijos de Dios, hijos que –como quiere Jesús– deben permanecer siempre niños, parece muy conveniente que contemos también con una Madre para nuestra vida de relación con Él. En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos, nos advirtió el Señor. Muchas veces hemos considerado que la madurez y responsabilidad humanas no se oponen en absoluto a la infancia espiritual, imprescindible, según Cristo, para ganar el Reino de los Cielos. Siendo, pues, tan necesaria la infancia, no podemos vivir sin Madre.
Muy conscientes de nuestra condición y, por tanto, de la debilidad que padecemos como consecuencia del pecado, actuamos de ordinario en nuestro afán por ser santos como los niños, que cuentan en todo con la experiencia y la capacidad de sus padres. Y, como suele suceder en nuestras familias, los niños se apoyan sobre todo en la madre mientras son muy pequeños. Pues así, muy pequeños, debemos ser siempre ante Dios. La confianza que inspira una madre impulsa a apoyarse en su ayuda: en todo momento accesible y acogedora, aunque la conducta del pequeño no lo merezca. Así María, Madre nuestra, es otra manifestación del amor que Dios nos tiene, que desea que en ningún caso desconfiemos de su Gracia. Es lógico, pues, que nos alegramos, inmensamente agradecidos, por tener a María –Madre poderosa y de consuelo– para todas las necesidades del alma y también del cuerpo.
Le rendimos asimismo nuestro homenaje por ser la Llena de Gracia. Es otro modo de reconocer la omnipotencia y bondad divinas. Como recuerda con frecuencia en la Liturgia de la Iglesia, a propósito del culto que rendimos a los Bienaventurados, alabamos a Dios diciendo: manifiestas Tu gloria en la asamblea de los santos y al coronar sus méritos coronas tu propia Obra. Dios, en efecto, muestra de modo más espléndido su perfección y el amor a sus hijos, cuando en ellos resplandece la virtud y gloria que han logrado correspondiendo a su Gracia. Así, María, Llena de Gracia, al corresponder plenamente a Dios es, entre las criaturas, la imagen más excelsa de la divinidad, quien más gloria da a Dios.
En su fiesta de cumpleaños queremos hacerle, con amor, el regalo que nos aconsejaba san Josemaría cuando afirmaba que el amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza. Que nada agrada tanto a una madre como ver a sus hijos mejores y felices.

viernes, 10 de septiembre de 2010

SANTA ANA Y SAN JOAQUIN

Se los considera los padres de la Santísima Virgen María. En verdad, lo poco que se conoce de ellos tiene un carácter legendario ya que proviene de un escrito apócrifo: el Protoevangelio de Santiago. Aunque la primitiva Iglesia cristiana, tuvo por muy valioso este documento apócrifo.
Ana era oriunda de Belén, hija de Matán y de Emerenciana. Se casa a los 24 años con un propietario rural (dedicado a los rebaños y lanas) de origen galileo llamado Joaquín con quien vivió en Nazaret. Ambos pertenecían a la tribu de Judá.
Se cuenta que, tras 20 años de matrimonio no habían tenido hijos y santa Ana ya era estéril por su avanzada edad, lo que la afligía sobremanera (debemos tener en cuenta que, los judíos creían que no tener hijos era una maldición). Joaquín ayuna 40 días en el desierto y un ángel le anuncia el nacimiento de su hija.
Llegado el tiempo llevan a María al templo de Jerusalén, para ser criada con las otras vírgenes y santas viudas que moraban en las habitaciones vecinas al templo. Allí se dedicarían a las labores, oraciones y demás servicios de Dios. Se cree que ese tiempo, Joaquín y Ana decidieron venir a vivir a Jerusalén, para poder visitar a la niña frecuentemente. Joaquín muere a los 80 años y Ana a los 79.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

NATIVIDAD DE MARIA

La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la “Dormición”, en agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y era celebrada con una procesión-letanía, que terminaba en la Basílica de Santa María la Mayor.
El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María.

Sin embargo, ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario mariano situado junto a los restos de la piscina Probática, o sea, de las ovejas. Debajo de la hermosa iglesia románica, levantada por los cruzados, que aún existe -la Basílica de Santa Ana- se hallan los restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado parte de una vivienda que se ha considerado como la casa natal de la Virgen.

Esta tradición, fundada en apócrifos muy antiguos como el llamado “Protoevangelio de Santiago (siglo II)”, se vincula con la convicción expresada por muchos autores acerca de que Joaquín, el padre de María, fuera propietario de rebaños de ovejas. Estos animales eran lavados en dicha piscina antes de ser ofrecidos en el templo.

La fiesta tiene la alegría de un anuncio premesiánico. Es famosa la homilía que pronunció San Juan Damasceno (675-749) un 8 de septiembre en la Basílica de Santa Ana, de la cual extraemos algunos párrafos: "¡Ea, pueblos todos, hombres de cualquier raza y lugar, de cualquier época y condición, celebremos con alegría la fiesta natalicia del gozo de todo el Universo. Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo. Ésta escuchó la sentencia divina: parirás con dolor. A María, por el contrario, se le dijo: Alégrate, llena de gracia!

¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh felices entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia absolutamente sin mancha! ¡Oh seno glorioso de Ana, en el que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña completamente pura, y, después que estuvo formada, fue dada a luz! Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió con los hombres".

Si pensamos por cuántas cosas podemos hoy alegrarnos, cuántas cosas podemos festejar y por cuántas cosas podemos alabar a Dios; todos los signos, por muchos y hermosos que sean, nos parecerán tan sólo un pálido reflejo de las maravillas que el Espíritu de Dios hizo en la Virgen María, y las que hace en nosotros, las que puede seguir haciendo... si lo dejamos.

sábado, 4 de septiembre de 2010

SANTA ANA

Grande es la dignidad de Santa Ana por ser la Madre de la Virgen María, predestinada desde toda la eternidad para ser Madre de Dios, la santificada desde su concepción, Virgen sin mancilla y mediadora de todas las gracias. Nieto de Santa Ana fue el hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Deseado de las naciones. María es el fundamento de la gloria y poder de Santa Ana a la vez que es gloria y corona de su madre.

La santidad de Santa Ana es tan grande por las muchas gracias que Dios le concedió. Su nombre significa "gracia". Dios la preparó con magníficos dones y gracias. Como las obras de Dios son perfectas, era lógico que Él la hiciese madre digna de la criatura más pura, superior en santidad a toda criatura e inferior solo a Dios.

Santa Ana tenía celo por hacer obras buenas y esforzarse en la virtud. Amaba a Dios sinceramente y se sometió a su santa voluntad en todos los sufrimientos, como fue su esterilidad por veinte años, según cuenta la tradición. Esposa y madre fue fiel cumplidora de sus deberes para con el esposo y su encantadora hija María.

Muy grande es el poder intercesor de Santa Ana. Ciertamente santa amiga de Dios, distinguida sobre todo por ser la abuela de Jesús en cuanto Hombre.

La Santísima Trinidad le concederá sus peticiones: el Padre, para quien ella gestó, cuidó y educó a su hija predilecta; el Hijo, a quien le dió madre; el Espíritu Santo, cuya esposa educó con tan gran solicitud.

Esta Santa privilegiada sobresale en mérito y gloria, cercana al Verbo encarnado y a sus Santísima Madre. Sin duda que Santa Ana tiene mucho poder ante Dios. La madre de la Reina del Cielo, que es poderosa por su intercesión y Madre de misericordia, es también llena de poder y de misericordia.

Tenemos muchos motivos para escoger a Santa Ana como nuestra intercesora ante Dios. Como abuela de Jesucristo, nuestro hermano según la carne, es también nuestra abuela y nos ama a nosotros sus nietos. Nos ama mucho porque su nieto Jesús murió por nuestra salvación y María, su hija, fue proclamada Madre nuestra bajo la Cruz. Nos ama de verdad en atención a las dos Personas que ella amó más en esta vida: a Jesús y a María. Si su amor es tan grande su intercesión no será menos. Debemos, por tanto acudir a ella con tal confianza en nuestras necesidades. No hay la menor duda de que esto agrada a Jesús y a María, quienes la amaron tan profundamente. Se celebra la fiesta de Santa Ana el 26 de julio.

viernes, 3 de septiembre de 2010

SANTA ANA


Ana (Hebreo, Hannah, significa gracia). Una antigua tradición, que arranca del siglo II, atribuye los nombres San Joaquín y Santa Ana a los padres de la Santísima Virgen María. El culto a santa Ana se introdujo ya en la Iglesia oriental en el siglo VI, y pasó a la occidental en el siglo X; el culto a san Joaquín es más reciente. Ver: Por sus frutos los conoceréis de San Juan Damasceno.

Todo lo que se conoce de ellos, incluso sus nombres, procede de literatura apócrifa: el Evangelio de la Natividad de María, el Evangelio apócrifo de Mateo y el Protoevangelium de Santiago. El mas antiguo de estos se remonta alrededor del 150 ad. En el Oriente el Protoevangelium gozaba de gran autoridad, algunas porciones se leían en las fiestas de la Virgen María. En el Occidente, sin embargo, fue rechazado por los Padres de la Iglesia. En el siglo XIII, partes del Protoevangelium de Santiago fue incorporado por Jacobus de Vorágine en su "Leyenda Dorada". Desde entonces la historia de Santa Ana se propagó por el Occidente hasta convertirse en una de las santas mas populares de la Iglesia latina.

Los escritos llamados "apócrifos" no fueron aceptados por la Iglesia como parte del canon de las Sagradas Escrituras porque contienen muchos datos que no son confiables. Pero si contienen algunos datos de documentos históricos. Lo difícil es distinguir en ellos el grano bueno de la paja.

El Protoevangelium nos ofrece la siguiente historia: En Nazaret vivían Joaquín y Ana, una pareja rica y piadosa pero que no tenía hijos. Cuando en una fiesta Joaquín se presentó para ofrecer sacrificio en el Templo, fue rechazado por un tal Ruben, bajo el pretexto de que hombres sin descendencia no eran dignos de ser admitidos. Joaquín, cargado de pena, no volvió a su casa sino que se fue a las montañas a presentarse ante Dios en soledad. También Ana, habiendo conocido la razón de la prolongada ausencia de su esposo, clamó al Señor pidiéndole que retirase de ella la maldición de la esterilidad y prometiéndole dedicar su descendencia a Su servicio.

Sus oraciones fueron escuchadas; un ángel visitó a Ana y le dijo: "Ana, el Señor ha mirado tus lágrimas; concebirás y darás a luz y el fruto de tu vientre será bendecido por todo el mundo". El ángel hizo la misma promesa a Joaquín, quién volvió a donde su esposa. Ana dio a luz una hija a quien llamó Miriam (María). Esta historia se parece a la de la concepción de Samuel en las Sagradas Escrituras, cuya madre se llamaba también Ana (1 Re 1).

Según una tradición antigua, los padres de la Stma. Virgen, siendo Galileos, se mudaron a Jerusalén. Allí, según la misma tradición, nació y se crió la Virgen Santísima. Allí también murieron estos venerables santos. Una iglesia, conocida en diferentes épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María en Probatica, Santa Probatica y Santa Ana, fue construida en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena (madre del emperador Constantino), sobre el lugar de la casa de San Joaquín y Ana. Sus tumbas fueron honradas hasta el final del siglo IX, cuando los invasores musulmanes la convirtieron en una escuela. La cripta, que originalmente contenía las santas tumbas, fue descubierta el 18 de marzo de 1889.

Muchas leyendas han sido escritas sobre las vidas de San Joaquín y Santa Ana, causando gran confusión entre los fieles. Según una de ellas, Santa Ana concibió a la Virgen Santísima sin concurso de varón, permaneciendo así virgen. Este error fue condenado por la Santa Sede en 1677 (Benedicto XIV, De Festis, II, 9).

Veneración a Santa Ana. En la Iglesia del Oriente ya se veneraba a Santa Ana en el siglo IV. La mejor prueba de ello es que el emperador Justino I (+565) le dedicó una iglesia. La devoción a Santa Ana se encuentra en los mas antiguos documentos litúrgicos de la Iglesia griega. En el Occidente no se venera a Santa Ana, excepto quizás en el sur de Francia, hasta el siglo XIII. Su imagen, pintada en el siglo VIII en estilo Bizantino, fue mas tarde encontrada en la iglesia de Santa María Antiqua en Roma. Su fiesta, bajo la influencia de la "Leyenda Dorada", aparece en el siglo XIII donde se celebraba el 26 Julio.

En 1382, Urbano VI publicó el primer decreto pontificio referente a Santa Ana, concediendo la celebración de la fiesta de la santa a los obispos de Inglaterra exclusivamente, tal como se lo habían pedido algunos ingleses. Muy probablemente la ocasión de dicho decreto fue el matrimonio del rey Ricardo II con Ana de Bohemia, que tuvo lugar en ese año. La fiesta fue extendida a toda la Iglesia de Occidente en 1584.

Las Reliquias de Santa Ana. Se dice que las reliquias atribuidas a Santa Ana fueron traídas de la Tierra Santa a Constantinopla en el 710. Allí estaban en la iglesia de Santa Sofía en 1333. La tradición de la Iglesia de Apt, en el sur de Francia dice que el cuerpo de Santa Ana fue llevado a Apt por San Lázaro, el amigo de Jesucristo, fue escondido por San Auspicio (+398) y vuelto a encontrar durante el reino de Carlomagno. La cabeza de Santa Ana se mantuvo en Mainz hasta el 1510, cuando fue robada y llevada a Düren, Alemania. Lamentablemente, no hay sólidos fundamentos para asegurar la autenticidad de estas reliquias.

Veneración de Santa Ana hoy. Su imagen milagrosa es venerada en Notre Dame D'Auray, en la diócesis de Vannes. También en Canada, donde es la principal patrona de la provincia de Quebec, el santuario de Santa Ana de Beaupré es bien conocido. Santa Ana es patrona de las mujeres en parto. También es patrona de los mineros, Cristo siendo el oro y María la plata.

jueves, 2 de septiembre de 2010

SAN JOAQUIN

Joaquín (cuyo nombre significa Yahveh prepara) fue el padre de la Virgen María, madre de Dios. Según San Pedro Damián, deberíamos tener por curiosidad censurable e innecesaria el inquirir sobre cuestiones que los evangelistas no tuvieron a bien relatar, y, en particular, acerca de los padres de la Virgen.

Con todo, la tradición, basándose en testimonios antiquísimos y muy tempranamente, saludó a los santos esposos Joaquín y Ana como padre y madre de la Madre de Dios. Ciertamente, esta tradición parece tener su fundamento último en el llamado Protoevangelio de Santiago, en el Evangelio de la Natividad de Santa María y el Pseudomateo o Libro de la Natividad de Santa María la Virgen y de la infancia del Salvador; este origen es normal que levantara sospechas bastante fundadas.

No debería olvidarse, sin embargo, que el carácter apócrifo de tales escritos, es decir, su exclusión del canon y su falta de autenticidad no conlleva el prescindir totalmente de sus aportaciones. En efecto, a la par que hechos poco fiables y legendarios, estas obras contienen datos históricos tomados de tradiciones o documentos fidedignos; y aunque no es fácil separar el grano de la paja, sería poco prudente y acrítico rechazar el conjunto indiscriminadamente.

Algunos comentaristas, que opinan que la genealogía aportada por San Lucas es la de la Virgen, hallan la mención de Joaquín en Helí (Lucas, 3, 23; Eliachim, es decir, Jeho-achim), y explican que José se había convertido a los ojos de la ley, a fuerza de su matrimonio, en el hijo de Joaquín. Que esa sea el propósito y la intención del evangelista es más que dudoso, lo mismo que la identificación propuesta entre los dos nombres Helí y Joaquín. Tampoco se puede afirmar con certeza, a pesar de la autoridad de los Bollandistas, (Se designa con el nombre de bollandistas al grupo de colaboradores jesuitas que prosigue la obra hagiográfica iniciada en el siglo XVII por el Padre Jean Bolland (1596 - 1665) en Amberes, dedicada a la recopilación de todos los datos posibles sobre los santos católicos) que Joaquín fuera hijo de Helí y hermano de José; ni tampoco, como en ocasiones se dice a partir de fuentes de muy dudoso valor, que era propietario de innumerables cabezas de ganado y vastos rebaños.

Más interesantes son las bellas líneas en las que el Protoevangelio de Santiago describe, cómo, en su edad provecta, Joaquín y Ana hallaron respuesta a sus oraciones en favor de tener descendencia. Es tradición que los padres de Santa María, que aparentemente vivieron primero en Galilea, se instalaron después en Jerusalén; donde nació y creció Nuestra Señora; allí también murieron y fueron enterrados. Una iglesia, conocida en distintas épocas como Santa María, Santa María ubi nata est, Santa María in Probatica, Sagrada Probática y Santa Ana fue edificada en el siglo IV, posiblemente por Santa Elena, en el lugar de la casa de San Joaquín y Santa Ana, y sus tumbas fueron allí veneradas hasta finales del siglo IX, en que fue convertida en una escuela musulmana. La cripta que contenía en otro tiempo las sagradas tumbas fue redescubierta en 1889.

San Joaquín fue honrado muy pronto por los griegos, que celebran su fiesta al día siguiente de la de la Natividad de Ntra. Señora. Los latinos tardaron en incluirlo en su calendario, donde le correspondió unas veces el 16 de septiembre y otras el 9 de diciembre. Asociado por Julio II (el de la capilla Sixtina) al 20 de marzo, la solemnidad fue suprimida unos cinco años después, restaurada por Gregorio XV (1622), fijada por Clemente XII (1738) en el domingo posterior a la Asunción, y fue finalmente León XIII (el de la Rerum Novarum) quien, el 1 de agosto de 1879, dignificó la fiesta de estos esposos que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.