viernes, 29 de octubre de 2010

Una Carta de Madre Rosa

A  SOR  A.  ADELAIDE  ÈZZONI

Plasencia, 26 de julio de 1872

A.M.F. (Ana, María y Francisco)
La bendición del Eterno Padre sea con nosotros.
Sea bendita nuestra Madre Santa Ana, Madre de la Inmaculada

Heme aquí toda para ti, hoy, día de la Santa Madre; la hora del silencio la dedico toda a mi hija. Sola en esta “cameretta” quiero realmente poner sobre este papel algunas cositas que me dicta mi silencio perfecto.
Escucha querida hija mía que dice el corazón de Dios, nuestro todo: “Quien de mi se alimentará, tendrá segura la vida eterna”2 ¿Entonces? ¡Ah! ¡Si pudiésemos alimentarnos todos los momentos, todos los minutos segundos, que felicidad no sería para nosotros no tener que alimentarnos sino de este Santísimo Pan! Si no podemos tenerlo corporalmente, procuremos recibirlo espiritualmente. Hagámonos vivo propósito en la mañana, diciendo al querido Jesús: yo quiero hoy recibirte siempre y mi pensamiento lo tendré siempre ocupado a hacer comuniones espirituales. Poco a poco sucede que nos acostumbramos. Aún hablando invoquemos el dulce nombre de nuestro dilecto Jesús; con un acto de amor le decimos: “¡Ven, oh Esposo mío, ven, este corazón te quiere, ya no puede estar sin Ti, Ven!”
¡Hija, al pensar que en la mañana cuando se nos da es un hermoso y pequeño parvulito, con aquellos sus miembros delicados! ¡Él va a sentarse, a recostarse en nuestro corazón; y nosotros de qué manera debemos tenerlo para no hacerle daño; mirar que no tenga que sufrir mucho! Había una criatura que cuando lo tenía, lo sentía y así, convencida que era su Bien que en aquel cuartito caminaba,  todo el día vivía atenta de no golpearlo y hacerle mal. Respetuosamente tenía cuidado  de aquella parte y reverentemente la miraba y gozando con el pequeño parvulillo una palabra amorosa le brotaba: “Querido Bien mío, gozo mío”, que beatitud vivía; renovaba espiritualmente la santa comunión y luego, llena de vivísimos deseos de amarlo, de servirlo, de padecer por él y por él sólo dar la vida. Entonces… ¿te gustaría?  Procura hacer cuánto estas líneas te enseñan y llegarás también tú a tener cuanto aquí está escrito.
La observancia del horario en la comunidad, las Reglas, la meditación y el silencio. Cree, querida mía, son esos puntos  sobre los cuales está apoyada toda la fábrica del buen orden. Observados éstos con exactitud, puedes estar segura que todos los otros son observados.
Haz sentir en las conferencias el valor de la obediencia, que no podemos tener ningún bien si ésta nos falta, porque quien no obedece es señal que quiere hacer su voluntad, no la de Dios, único nuestro tesoro. La Religiosa que hace su voluntad es una sombra que pasea en el claustro sin pertenecer a él. […]
Quédate tranquila y animada que esta tu madre está siempre contigo y todas las mañanas dice en particular al Señor, que te haga santa y te dé el verdadero espíritu de las Santas Reglas. Valor, fuerte, que un día, si bien habremos combatido, llevaremos la gran decoración de honor sobre el pecho y juntas estaremos por una eternidad. Grande palabra es ésta, que peso un mundo entero. […]

                                                                       Afma. Madre Rosa